jueves, 7 de octubre de 2010

CUENTOS DE TEKATA

Así nace el pueblito.

Por Juan de Dios Ramírez

Vuelvo a decir, cualquier parecido con la realidad es meritita coincidencia.

Solo en Tekata se podían dar actos de prepotencia e impunidad, donde los que mandaban en el pueblo ganaban un dineral y sin prácticamente hacer nada. La conciencia no les remordía y ni se preocupaban de que fuera lo que pensaban de ellos los pobladores.
Aquella comuna que solamente en su historia había tenido tres buenos mandatarios que lo dieron todo por hacer bien las cosas y cuyas obras perduran hasta nuestros días, donde su imagen permanece intacta, donde su recuerdo llena de orgullo a los tekatanses al mencionar sus nombres.

Pero vámonos a los orígenes, al nacimiento de este bello pueblo que fue creciendo, lleno de gente noble, buena, sana, educada, fiel, sincera, patriota y además alegre, y era así porque todo era sensacional, siempre caminaban los pobladores con una sonrisa a flor de labio, como aquel recordado Toro, a quien no le gustaba que le dijeran así y lanzaba rocas a los chamacos latosos, todo era un juego, se sentía policía, pero de los buenos, vigilaba las vías del tren y el río de ese pueblito de ensueño, con un arma (de juguete) fajada, no era como esos cuicos de hoy, armados hasta los dientes, intimidadores para forzar, usando su psicología subterránea a que el infractor le aviente con unos chelines.
Para llegar a Tekata, a principios del siglo XX, hubo que trabajar sobre roca, pues el pueblo se erigía en lo alto de la montaña, lo que lo hacía más bello, más atractivo y con un aire insospechadamente puro, el clima allá arriba era perfecto, no hacía calor nunca, el frío calaba, pero invitaba a tomar café y encender la chimenea.

Cientos de hombres trabajaron hombro con hombro, a pico, pala, pólvora y tierra en los ojos y las narices, para conectar a Tekata con otros pueblitos de la época, claro, las herramientas eran rudimentarias, pero la perseverancia era progresiva y futurista, alguien, tal vez un general del ejército se imaginó que al estar ese camino, gente de otras latitudes llegarían a raudales a Tekata, haciéndolo más grande, poblado, desarrollado.
Y si que tenía razón. Eso se pudo comprobar años después, aunque con ese crecimiento vinieron aprovechados entre ellos, otros si engrandecieron al orgulloso pueblo entonces campirano, donde sus nativos se mezclaban fácilmente con los pioneros venidos de lejos.
En Tekata existe hasta la fecha una gran controversia, alguien, con tal de celebrar el centenario de la fundación, movió conciencias y pagó, pagó mucho dinero para que así fuera y sus historiadores acomodaran la fecha de su fundación al antojo, aunque ningún documento conservado por los pioneros concordara y con la complicidad de mucha gente que ahora ya no existe y que pasó a la historia por sus malas acciones, como les decía, sin pena ni gloria, de noche, bajo el puente, sobre las nubes.
Un extranjero había sido el que sin querer descubrió el bello valle donde en el futuro de trazaría el imponente pueblo de Tekata, con casas blancas, techos rojos, donde no predominaban los colores de los partidos que gobernaban en turno, sino que todo sería uniforme, bonito, ordenado, generoso, panorámico, vistoso, atractivo.
Ese viajero trajo a su ganado a pastar, pero pidió permiso para ello, allí nació Tekata, era 1833, claro, ya tribus nativas nómadas pasaban y pasaban por el pueblo, sin pensar en que se convertiría en un pueblito ejemplar, hombres, mujeres y niños, pies descalzos, con vestidos tejidos a mano de pieles de animales de la región que aparte los comían y aprovechaban cada pieza de estos, su pelaje, sus huesos, su carne.
Alguien pagó caro para decir que fue en 1892, cuando nació Tekata, claro que no, eso ya había sucedió muchos años antes y fue con la llegada de ganaderos y campesinos que se empezaron a levantar las primeras casitas entre montañas hermosas, imponentes, con vastos bosques, arroyos, encinos. Esa gente echó raíces y procrearon a los que serían los encargados de dar ese título reconocido por todos lados de un pueblito ejemplar, soñado para vivir, donde se fueron haciendo su callecitas limpias, parejitas, iluminadas, no como ahora, llenas de baches, como boca de lobo, cochinas y rayonadas.
Hubieron de elegir a quien liderada las decisiones, fue sin duda la mejor persona, intachable, honrada, interesada en que el pueblito fuera avanzando y haciéndose autosuficiente de manera paulatina, pero constante, hasta llegar a ser el mejor pueblo del norte-oeste de ese país que aún no sé donde está. Que decir, nada de comparación con lo que años después vendría, con la llegada de gobernantes saqueadores, ladrones, saltadores de caminos, criminales y traficantes de drogas y alcohol.
Un personaje destacó.

Seguiremos.

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